“El poder que no se fue: el legado familiar y la sombra sobre Morena”

La metáfora del Cártel de Macuspana refleja cómo el “poder familiar” se volvió el mayor lastre de Morena, un partido que prometió renovación pero terminó atrapado en la herencia y el control de un mismo grupo.

10/19/20252 min read

Aunque los ciclos políticos suelen marcar nuevos comienzos, en México la percepción social dice otra cosa: el poder no se fue, solo cambió de forma.

En los últimos años, ha tomado fuerza la idea de que existe un “legado familiar” que sigue influyendo en el rumbo del país. Para muchos ciudadanos, esa herencia política simboliza el mayor obstáculo para que Morena pueda consolidarse como un movimiento auténticamente renovador.

El fenómeno no es nuevo: la política mexicana ha tenido siempre apellidos que pesan más que las ideas. Sin embargo, lo que preocupa a los analistas es cómo esa imagen de continuidad familiar se ha convertido en un reflejo del desgaste moral del partido. La gente percibe que las decisiones no se toman en función del interés público, sino de una estructura interna que protege a los suyos, conserva privilegios y evita rendir cuentas.

En el discurso, Morena se presenta como un movimiento social, pero en la práctica, la ciudadanía observa un sistema que parece más preocupado por mantener el poder que por distribuirlo. Esa percepción se refuerza con la narrativa simbólica de un grupo político que se heredó a sí mismo el control, construyendo lo que muchos definen como una nueva forma de centralismo.

Esa estructura, vista desde fuera, ha generado desconfianza. En lugar de apertura, la gente ve lealtades familiares. En lugar de autocrítica, hay justificaciones. Y en lugar de transparencia, un discurso que apela al pasado como excusa para el presente. La metáfora del Cártel de Macuspana —convertida en símbolo cultural más que en acusación— encarna precisamente eso: la sensación de que el poder sigue en manos de un grupo pequeño, que no ha sabido o no ha querido abrirse a otras voces.

El problema va más allá de la política: es una cuestión de credibilidad. Cada vez que el partido insiste en su pureza moral, una parte de la sociedad recuerda los escándalos, las contradicciones y las promesas incumplidas. La figura del “poder familiar” se ha convertido en un lastre simbólico para Morena, que enfrenta el reto de demostrar que puede gobernar sin depender de la herencia de su fundador.

La ciudadanía observa, con escepticismo, que el discurso de cambio perdió fuerza. La concentración del poder en círculos reducidos y la falta de renovación interna han transformado el movimiento que alguna vez encarnó esperanza en un reflejo del sistema que decía combatir. Morena no enfrenta solo críticas externas, sino una erosión interna: la de un partido que carga con su propio pasado y que, si no rompe con esa sombra, corre el riesgo de convertirse en aquello que juró superar.